Fuente de vida indispensable para el desarrollo de las personas y, más particularmente, para la mineralización ósea, las síntesis vitamínicas y el buen humor, el Sol puede resultar sin embargo perjudicial para el organismo y especialmente para la piel. En verano, solemos guardar cierto respeto hacia él y optamos por los cuidados propios de las largas exposiciones solares. Pero en invierno, ya sea por olvido, descuido o desconocimiento, casi siempre pecamos en no proteger la piel de sus nocivos rayos.
El sol ¿amigo o enemigo?
Los rayos UVB son los responsables –a largo plazo- del envejecimiento cutáneo prematuro y la aparición de algunos cánceres de piel. Los UVA estimulan la pigmentación y, por lo tanto, el bronceado. Muy penetrantes, alteran las fibras elásticas lo que provoca una aceleración del envejecimiento de la piel. También están los rayos Infrarrojos, quienes a corto plazo provocan una sensación de calor y bienestar, pero a la larga, potencian el efecto negativo de las radiaciones UVA y UVB.
Es importante tener presente que la calidad de la radiación solar no es constante, y que varía según la altitud, la temporada, la cobertura nubosa, la contaminación y la hora de la jornada. ¿Sabías que la radiación UV recibida por un individuo también proviene del reflejo del suelo? La arena refleja de 15 a 25 %, el agua refleja de 10 a 20%, el pasto refleja un 10% y la nieve refleja de 75 a 95% de radiación. Siempre hay que tener en cuenta aquellas circunstancias que comportan un riesgo suplementario o una falsa seguridad: altitud, nubosidad, superficies reflectoras, viento fresco...
No todos somos iguales frente al sol
Todo depende de nuestro fototipo (hay 6 diferentes). Este viene definido por el color de la piel, del cabello, la tendencia a las quemaduras solares y la aptitud al bronceado. Estas particularidades están genéticamente programadas. Una vez conocemos nuestro fototipo y las condiciones de exposición solar (alta mar, alta montaña, nieve...) ya podemos elegir la fotoprotección mejor adaptada a nuestra «sensibilidad» natural al sol.
Un protector solar ideal debe prevenir los efectos visibles y los no visibles, los inmediatos o a largo plazo ocasionados por los rayos UV. Por lo tanto, debe tener un espectro de acción lo más amplio posible (UVB, UVA cortos, UVA largos). Además, debe ser bien tolerado, poseer una buena resistencia al agua y al sudor, ser fotoestable y de agradable cosmética.
Lo importante es tener presente que la piel conserva la memoria del daño ocasionado por la radiación solar recibida durante toda la vida. Cuanto más importante ha sido la dosis de radiación recibida, mayor es el riesgo de aparición de cánceres en la edad adulta. Y siempre – siempre- si notas que una peca o lunar cambia de forma, tamaño o color consultá inmediatamente con tu dermatólogo.
(*): Médica Dermatóloga. Asesora médica de Laboratorio Pierre Fabre Dermocosmetique.
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