Más de 1.000 kilómetros al norte de Buenos Aires, en el corazón de la selva paranaense, los usos tradicionales de las hierbas medicinales se han convertido en una alternativa para el desarrollo a través de programas que ponen también en valor el rol de las mujeres.
En la pequeña localidad de Bonpland, en la provincia de Misiones, un grupo de profesores, estudiantes y productores se volcó en un proyecto, auspiciado por el Programa de Pequeñas Donaciones (PPD) de Naciones Unidas, que permitirá atender, además, los tratamientos de los vecinos de las comunidades de la zona.
La iniciativa se estrenó en un instituto de la población donde, junto a matemáticas, lengua o historia, sus 300 alumnos cuentan con formación adicional en agricultura y ganadería, por lo que "salen con posibilidades de ingresar directamente en el mercado laboral", asegura a EFE el director del centro, José Antonio Molina.
La propuesta implica también reconocer el trabajo de las mujeres en la comunidad y valorar sus conocimientos sobre el uso ancestral de estas hierbas.
Además, "las medicinas son caras y están lejos de la gente", agrega Molina, convencido de que educando en el uso de hierbas medicinales pueden encontrarse alternativas más sostenibles para la comunidad.
Es un factor fundamental en un provincia con más del 48 por ciento de sus habitantes bajo el umbral de la pobreza y un 22 por ciento en condiciones de indigencia, según datos del Instituto de Estudio y Formación de la Central de Trabajadores Argentinos.
Caterin Hirschfeld tiene 17 años y es una de las 160 adolescentes que afrontan con ilusión el proyecto, que comienza con el secado de las hierbas que se trasladarán después a un vivero antes de repartir las semillas recolectadas entre los productores locales.
"Es lo mío y me ayuda a relacionarme con mi comunidad", señala Hirschfeld, que advierte contra los riesgos de atentar contra el medio ambiente porque "si nos lo desmontan, todo se degradará".
Un planteamiento compartido por el representante en Argentina del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, René Mauricio Valdés, para quien el desarrollo sostenible forma parte de una filosofía basada en que "los problemas mundiales tienen soluciones locales", es decir, trabajando desde cada comunidad.
Proyectos comunitarios como el de la asociación Tabá Isîrîrî, que consiguió erradicar las letrinas de una pequeña comunidad próxima al instituto de Bonpland, como recuerda Soledad Oliver, una de las primeras beneficiarias de la iniciativa.
Oliver, de 18 años, está casada, es madre de un niño de dos años y tiene un segundo en el camino, que convivirá con ella y su pareja en su pequeña casa de madera cuya puerta está plagada de carteles de Boca Juniors.
Cuando nazca su segundo hijo, Oliver ya habrá acabado con una letrina de madera que "olía mal" y tendrá acceso a una ducha eléctrica: "Nos mejoró la vida, es más lindo".
Este tipo de proyectos, explica la presidenta del Comité Directivo Nacional del PPD, Silvia Cristina Chalukian, se desarrollan con donaciones no superiores a 50.000 dólares y tienen un objetivo claro: beneficiar a las personas que sufren extrema pobreza y velar por el medio ambiente.
Irene Valiente - EFE.
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